EL ÁRBOL QUE NO DEJA VER EL BOSQUE (Murciaeconomía.com XXVII Febrero 2014)
Hasta el cabello de una persona nos
ofrece señales acerca de sus características personales. Mirando el pelo de una
persona, se puede llegar a prever si quien tenemos delante es sincero, honrado
o digno de confianza. Bien es cierto que son meras señales, pero se deben tener
en cuenta. Si no,
¿porqué creen Vds. que todos los políticos se peinan con la
raya a la izquierda y el pelo dirigido hacia la parte derecha de su cara?
No me parece desacertado que
alguien, a través de determinadas señales o patrones previamente comprobados y
aceptados, potencie sus caracteres personales, sobre todo cuando no le hace
daño a nadie con esa práctica. Un doble riesgo se debe poner de manifiesto en
todo caso: por un lado, el menos problemático, que alguien pretenda, a través
de señales, mostrar lo que no es, ese problema tiene corto recorrido porque
tarde o temprano salta la liebre. El otro, un poco más problemático, pasa por
la desconfiguración del fin, de tal forma y modo que, las señales constituyan
el objetivo en sí mismo y no una mera herramienta para el verdaderamente
válido. Y es que tan importante es serlo como parecerlo, pero no bastará con
parecerlo.
Cada vez que escuchamos términos
tales como evasión fiscal, fraude fiscal y términos relacionados, se debe plantear
una situación similar a la vivida por el político que tiene como fin único
ofrecer señales de verosimilitud, independientemente de su realidad personal y
de los objetivos de su encomienda. Al pensar en un paraíso fiscal, no es muy difícil imaginar un territorio con
playa cercana, pequeño en extensión, con idílicas viviendas, campos de golf,
palmeras y un nivel de vida de esos reservados a muy pocos. A la vista de cómo
se vive en un paraíso fiscal, debemos plantear la cuestión: ¿Es bueno no pagar
impuestos o pagar muy pocos impuestos?
Podemos comprobar un
comportamiento dicotómico en relación a la opinión y práctica que se tiene
sobre el fraude fiscal. En general, el asalariado pone el grito en el cielo
denunciando la capacidad del empresariado para gestionar y planificar sus
impuestos, mientras que “no es justo” que él mismo no pueda hacerlo ya que lo
tiene todo declarado. Saltan las alarmas, o así debería ser, cuando se aluden
razones de justicia para justificar dicho posicionamiento. El argumento de
justicia hace referencia en este caso a la imposibilidad de acción por su
parte, y no a la capacidad del que planifica sus impuestos. Lo verdaderamente
injusto es trabajar mes a mes y que, al mejor, al que más gana, se le premie
quitándole más.
Sería lo ideal que el asalariado
también pudiera planificar y minimizar su carga fiscal, porque no es justo que
cargue con una mayor proporción de su renta en el sostenimiento de lo público,
encima de que el asalariado dispone de menores cantidades absolutas de riqueza que
el rico patrón. Nada más lejos de la realidad.
Pagar impuestos es malo y se está
olvidando. Sólo nos quedamos con las señales. El sector público, cuya
existencia no pretende ser discutida en este artículo, ha de basar su gestión
en dotar a la minoría desfavorecida de los recursos necesarios tales que,
puedan, al menos potencialmente, alcanzar unas mínimas cotas de bienestar. Pero
la labor del sector público debe ser tal que “parezca que no están”. El sector
público ha de procurar en sus actuaciones ser neutral. Cuando quite a los
ciudadanos y a las empresas parte de su riqueza para atender a los más
desfavorecidos, debe hacerlo teniendo en cuenta que el hecho de que confisquen
dinero a los agentes ya está haciendo que tanto a nivel individual como de
forma agregada todo el territorio, se alcancen menos cotas de desarrollo,
progreso y riqueza de las que alcanzarían si no se les quitara ese dinero a
través de impuestos.
No debe servir de justificación,
bajo ningún concepto, que se debe tener un sector público saneado ya tenga la raya del pelo a la izquierda o a
la derecha, para confiscar más. No es cuestión de déficit ni superávit, es
cuestión de molestar lo menos posible a los distintos agentes en su proceso de
creación de riqueza. El papel protagonista y benefactor del sector público está
alcanzando “injustas” cotas de protagonismo que nada contribuye a superar
satisfactoriamente determinadas crisis económicas y que desvirtúan
completamente su verdadero objetivo, pudiendo incluso llegar a convertir a los
gestores de la administración en auténticos vampiros cuyo objetivo de gestión
se mida en base a recaudación lograda.
No es mejor una comunidad
autónoma con superávit que una con déficit, ni es peor incumplir sistemáticamente
el objetivo de déficit si, por definición y de forma agregada para todo el país,
año tras año se gasta sin control. Lo mejor, lo ideal, es establecer los
mecanismos necesarios para que las cuentas públicas no molesten, para que el
dinero esté en manos de quien debe estar y para que el rico siga siendo rico y
el pobre también pueda ser rico alguna vez. A ver si así, de una vez por todas,
dejamos de pensar en pagar sin IVA, y en paraísos fiscales con playas
paradisíacas, para sentirnos satisfechos y orgullosos de la tierra en la que
vivimos. Y el superávit, lo dejamos para otros.