Y dijo Napoleón: “Si quieres que algo no funcione, crea una comisión”. Frase certera sin duda alguna, que caracteriza uno de los males endémicos con que cuenta la práctica política, hoy en día más en vigor que nunca, ante la socialista práctica gubernamental que acometen todos los partidos políticos con vocación de gobierno.
Lo que no esperaba ni Napoleón, ni un servidor que les escribe, es que la realidad trascendiera con creces tan atemporal y atinada frase. Y es que hoy en día habría que decir, “si quieres que algo, además de que no funcione, te mantenga a ti chupando del bote, crea un nuevo partido político”.
Y es que está de moda eso de crear partidos políticos con el pretexto de que se tiene en mente el modelo ideal de estado (del bienestar) que quieren los españoles, de que se saben las medidas que nuestra economía necesita para salir de la crisis y que nadie pone en marcha y demás ideas para enmascarar la verdadera razón que les lleva a semejante atrevimiento.
Podemos comprobar que todos los que dan el paso de crear un partido político cuentan con una característica común, independientemente de que vengan escaldados desde la progre psoe o de que se sientan faltos de representación por el timorato pp. Todos llegaron a tener una posición relativamente relevante en su partido político y, por diversos motivos, fueron perdiendo cuotas de poder, de influencia y, lo que es más importante, no les garantizaban una posición de salida en las listas electorales. Y es que tiene que ser muy malo eso de volver a la trinchera. Aunque a lo mejor es que no tuvieron tiempo de aplicar todos los años que han estado en su partido de origen, lo que ahora va a servir para salvar el mundo.
No nos engañemos, no hacen falta más partidos políticos, incluso podemos afirmar, sin riesgo de perder rigor, que hasta sobran partidos políticos. El modelo bipartidista es bueno. En este país tenemos un problema aparejado, no a la estructura de partidos sino que, simple y llanamente, cada vez más, los ciudadanos se sienten menos representados por las personas que se encuentran ejerciendo cargos en esos partidos. Imagínense si cada político de esos que están ahí una ristra de años, es apartado por cuestión de renovación generacional y se le ocurre montar un partido político, y aún más, imagínense que resulta elegido. Aunque ya puestos a imaginar podríamos pensar en que cada ciudadano, en su condición de tal, puesto que no se siente representado, creara un partido político. Sinceramente, eso solo sirve para las chufla-asambleas del 15M que, como todos sabemos, lo único que promueven son situaciones similares a las de “El Gamonal”, que, a la vista de las advertencias de determinados personajes, veremos reproducirse en otras ciudades, sea cual fuere el pretexto, aunque sólo sea para atacar al partido que esté gobernando en ese territorio o para poder cubrir un par de páginas durante unos días en determinados medios.
El modelo bipartidista es bueno, lo digo yo, la revolución francesa, y hasta se puede afirmar que fue una de las pocas cosas buenas que tuvo el periodo de la II República española, es más, a la vista del resultado del tripartito catalán, bastaría para afirmar que todo lo que no sea bipartidismo es poner en riesgo a una nación. El modelo bipartidista es bueno, porque los gobiernos tienen que gobernar, y para ello es necesario contar con las condiciones de posibilidad para poder hacerlo. Es necesario que los gobiernos sean estables y generen confianza (independientemente de los efectos de su gobernanza, que asimismo tendrá una más directa correlación con los resultados electorales) y, sinceramente, sobre el papel, todos los espectros ideológicos están cubiertos por los dos grandes partidos aunque en la práctica parezcan lo mismo.
Es cierto, tenemos que reconocer que existe un problema en nuestro país, si bien dicho problema no tiene su origen en la existencia de sólo dos partidos políticos con vocación de gobierno. El problema radica en que las personas que forman, en general, esos partidos no son adecuados representantes de sus votantes. Serán honrados, serán bondadosos y hasta los hay inteligentes y sobradamente preparados, pero no son adecuados representantes. Gozan de distinto ordenamiento jurídico, tanto en términos de derechos como de obligaciones que el resto de la ciudadanía, los requisitos de acceso a su función pública difieren mucho, a la baja, en comparación con las exigencias que el mercado demanda para el desempeño de cualquier trabajo remunerado con el salario mínimo y, lo que es más importante, permiten que lo que debe consistir en un servicio público temporal en donde se pone al servicio de la sociedad el talento y experiencia personal como modo de devolución de lo que la sociedad le ha dado a uno, se convierta en el único medio de vida, en la profesión, de unos pocos.
Porque el hombre libre, el verdaderamente libre, no se pregunta ni qué puede hacer su país por él, ni qué puede hacer él por su país y todos esos emancipadores discursos que tan bien suenan en cada presentación de cada nuevo partido político, lo único que muestran es el interés de sus promotores porque nada cambie.