El Blog de Rubén Martínez Alpañez

martes, 24 de septiembre de 2013

DE PENALTI



DE PENALTI
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Para empezar bien un artículo de opinión, la gente inteligente suele citar alguna frase de una gran personalidad. Yo prefiero ofrecerles una que escuché a la salida de una entrevista que mantuve hace unos días con una personalidad política de la Región de Murcia. La chica dijo: “si dice que no es el padre, que se haga la prueba de paternidad”.
Iba caminando justo delante de mí, hablando por teléfono cuando espetó semejante frase. Tras unos segundos de espera, en los que previsiblemente tendría la palabra la que estaba al otro lado del teléfono, exclamó: “Ah vale”. ¿Qué significado tendrá ese, “ah vale”? ¿Acaso la otra chica, digo chica porque no tenía más de 22 años, ya le habría planteado la prueba al potencial papa? O, lo que es peor, ¿Tal vez no sabría la embarazada quien era el verdadero padre? Créanme que por difícil que parezca la realidad siempre supera la ficción.
El tratamiento que hoy en día hemos conformado entre todos en relación al sexo, buena culpa tiene de que, por motivos que nada tienen que ver con la emancipación de la mujer, con la igualdad de género o con la consolidación de derechos de tercera generación, acometamos practicas conducentes a “verticalizar el horizonte” y a llevar a la categoría de ordinario algo que no debe considerarse como tal.
Algo parecido a lo que ocurre con el sexo puede observarse en relación al debate generado en torno a la democracia participativa y todas las pseudo-iniciativas y reclamos, que se están gestando alrededor de esta. La democracia participativa está directamente relacionada con la democracia representativa (que es la tenemos en este país y en otros en los que nos fijamos), hasta el punto de que hoy por hoy no se puede hablar de una sin la otra. Podemos debatir acerca de los distintos mecanismos existentes para maximizar la utilidad de las herramientas de control de la ciudadanía sobre el Estado, hasta incluso podemos hablar de eliminar el Estado, que tampoco es descabellado visto lo visto y teniendo en cuenta que el papel lo aguanta todo.
No podemos aprovechar el debate en boga, sobre democracia participativa para intentar, por ejemplo, derrocar al gobierno del poder así porque sí, entre otras cosas, porque ha sido legítimamente elegido. Ni tampoco podemos cambiar un sistema de convivencia dado por todos, entre todos, por el simple hecho de que el código penal no cubra adecuadamente determinadas casuísticas delictivas que, desgraciadamente, son protagonistas hoy por hoy pese a la que tenemos encima.
En este país querido que tenemos, existen grupos de personas que, como ha pasado con el sexo, pretenden redefinir la historia, redescubrir América y reelaborar el diccionario, desde los independentistas catalanes, hasta los rojos indignados (estos últimos son estrellas en este arte de redefinir historias) son claros ejemplos de ello.
Resulta que, ya los griegos hablaban de democracia, y al final ellos, a lo mejor porque no tenían internet, concluyeron que el gobierno ha de estar en manos de los mejor preparados. ¡Ilusos!
Si para algo ha de existir un gobierno, es para paliar aquellos fallos que el mercado que, o bien genera el propio mercado o bien no puede llegar a resolver por sí mismo. Pero no toda la responsabilidad está en el gobierno. La responsabilidad es de todos y cada uno: de los que votamos, de los que trabajamos, de los que ya no lo hacemos, de los que opinamos y de los que tratamos de liderar la opinión pública bajo el mismo prisma que nos ha arrastrado a la actual situación, es decir, desde el la teoría de “pan para hoy y hambre para mañana” sin pensar, ni en los colaterales de nuestras decisiones ni en las consecuencias del mañana.
Estoy obligado a empezar a pensar que más que una crisis económica, de modelo de Estado, o de “relaxing café con leche” lo que necesitamos resolver, con la mayor celeridad posible, es la profunda crisis de valores reinante, este mediocre individualismo cortoplacista. ¿Qué les llega a nuestros políticos, de los ciudadanos? Sólo un conjunto de inconexas teorías y opiniones, con suerte, no provocadas sino solo interesadas, que, con aires de grandeza simbolizados en banderas y movimientos “sociales”, sólo y exclusivamente buscan seguir siendo hoy mañana y siempre, barrigas agradecidas.
Aunque para barrigas, la de la chica del teléfono.

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