DE PENALTI
Para empezar bien un artículo de opinión, la gente
inteligente suele citar alguna frase de una gran personalidad. Yo prefiero
ofrecerles una que escuché a la salida de una entrevista que mantuve hace unos
días con una personalidad política de la Región de Murcia. La chica dijo: “si
dice que no es el padre, que se haga la prueba de paternidad”.
Iba caminando justo delante de mí, hablando por teléfono
cuando espetó semejante frase. Tras unos segundos de espera, en los que previsiblemente
tendría la palabra la que estaba al otro lado del teléfono, exclamó: “Ah vale”.
¿Qué significado tendrá ese, “ah vale”? ¿Acaso la otra chica, digo chica porque
no tenía más de 22 años, ya le habría planteado la prueba al potencial papa? O,
lo que es peor, ¿Tal vez no sabría la embarazada quien era el verdadero padre?
Créanme que por difícil que parezca la realidad siempre supera la ficción.
El tratamiento que hoy en día hemos conformado entre todos en
relación al sexo, buena culpa tiene de que, por motivos que nada tienen que ver
con la emancipación de la mujer, con la igualdad de género o con la
consolidación de derechos de tercera generación, acometamos practicas conducentes
a “verticalizar el horizonte” y a
llevar a la categoría de ordinario algo que no debe considerarse como tal.
Algo parecido a lo que ocurre con el sexo puede observarse
en relación al debate generado en torno a la democracia participativa y todas
las pseudo-iniciativas y reclamos, que
se están gestando alrededor de esta. La democracia participativa está
directamente relacionada con la democracia representativa (que es la tenemos en
este país y en otros en los que nos fijamos), hasta el punto de que hoy por hoy
no se puede hablar de una sin la otra. Podemos debatir acerca de los distintos
mecanismos existentes para maximizar la utilidad de las herramientas de control
de la ciudadanía sobre el Estado, hasta incluso podemos hablar de eliminar el
Estado, que tampoco es descabellado visto lo visto y teniendo en cuenta que el
papel lo aguanta todo.
No podemos aprovechar el debate en boga, sobre democracia participativa para intentar, por ejemplo,
derrocar al gobierno del poder así porque sí, entre otras cosas, porque ha sido
legítimamente elegido. Ni tampoco podemos cambiar un sistema de convivencia
dado por todos, entre todos, por el simple hecho de que el código penal no
cubra adecuadamente determinadas casuísticas delictivas que, desgraciadamente,
son protagonistas hoy por hoy pese a la que tenemos encima.
En este país querido que tenemos, existen grupos de personas
que, como ha pasado con el sexo, pretenden redefinir la historia, redescubrir
América y reelaborar el diccionario, desde los independentistas catalanes,
hasta los rojos indignados (estos últimos son estrellas en este arte de
redefinir historias) son claros ejemplos de ello.
Resulta que, ya los griegos hablaban de democracia, y al
final ellos, a lo mejor porque no tenían internet, concluyeron que el gobierno
ha de estar en manos de los mejor preparados. ¡Ilusos!
Si para algo ha de existir un gobierno, es para paliar aquellos
fallos que el mercado que, o bien genera el propio mercado o bien no puede
llegar a resolver por sí mismo. Pero no toda la responsabilidad está en el
gobierno. La responsabilidad es de todos y cada uno: de los que votamos, de los
que trabajamos, de los que ya no lo hacemos, de los que opinamos y de los que
tratamos de liderar la opinión pública bajo el mismo prisma que nos ha
arrastrado a la actual situación, es decir, desde el la teoría de “pan para hoy y hambre para mañana” sin
pensar, ni en los colaterales de nuestras decisiones ni en las consecuencias
del mañana.
Estoy obligado a empezar a pensar que más que una crisis
económica, de modelo de Estado, o de “relaxing café con leche” lo que
necesitamos resolver, con la mayor celeridad posible, es la profunda crisis de
valores reinante, este mediocre individualismo cortoplacista. ¿Qué les llega a
nuestros políticos, de los ciudadanos? Sólo un conjunto de inconexas teorías y
opiniones, con suerte, no provocadas sino solo interesadas, que, con aires de
grandeza simbolizados en banderas y movimientos “sociales”, sólo y
exclusivamente buscan seguir siendo hoy mañana y siempre, barrigas agradecidas.
Aunque para barrigas, la de la chica del teléfono.
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