LOS RODRIGUEZ Y LA
PAREJA DE ENAMORADOS
La semana pasada recibí un mensaje vía facebook. “Estoy de Rodríguez sácame a cenar que me da
algo”.
Ante tal afirmación y dada la posibilidad de que pudiera
recaer sobre mi conciencia cualquier incurable dolencia de mi amigo, quedamos
esa noche para salir a cenar. Y claro, típico es, cuando se está de Rodríguez, ponerte al día con el
respectivo compañero de fatigas y debatir y compartir puntos de vista en
relación a los únicos tres temas o asuntos que sabemos afrontar los hombres
cuando estamos solos. Para evitar discutir de futbol y dado que comenzó la
noche haciéndome un alegato sobre las bondades culinarias de su señora esposa,
decidimos hablar de política y así fue durante toda la cena, que no se el
tiempo que duró.
Y después de la cena, el gyn tonic, que se lleva de moda y
que es digestivo, aderezado con la agradable compañía de tres amigas mías que,
casualmente, tomaron la misma decisión digestiva que nosotros. Lógicamente las
conversaciones cambiaron de tercio. Hablamos de lo que ellas quisieron que habláramos.
Y allí estaban, justo en la mesa situada frente a mí, una parejita de enamorados. O celebraban
aniversario o celebraban compromiso o algo más… Pero se veía clarísimo que
celebraban algo.
Ella: elegantemente vestida de negro, con vestidito
veraniego, pelo recogido y una cara de enamorada que se veía a la legua.
Él: elegante también, deportivo y bien parecido. Y una cara
de nerviosismo que se podía ver sólo cuando levantaba la cabeza.
La conversación que mantenían era sobre ellos mismos,
repasaban anécdotas, historias compartidas y hacían balance del tiempo
transcurrido. Ella con su cara de enamorada, él con su cara de nerviosismo.
Dando paso a “EL TIEMPO DE LAS CREENCIAS” es este el momento
de poner sobre la mesa las distintas reflexiones que me pasaron por la cabeza:
Pude ver en la cara de ella mucho enamoramiento, mucha feminidad,
embobada que andaba la chica. Cada cosa que decía o era para alabarlo a él o
era para recordar entrañablemente algún momento vivido entre ambos. Que fragilidad,
que sencillez y cuanta vulnerabilidad mostraban sus ademanes, vulnerabilidad
del alma, porque estaba a merced del que tenía enfrente.
Él se caracterizaba porque todas sus frases empezaban por un
“pero”. “Si pero ...” “pero es que”… Con sus respuestas y
comentarios, la bajaba a la tierra, al día a día, a los contras que tuvieron
que pasar, a las dificultades que vendrían por delante. El arte y la obligación
del guerrero, que se anticipa a la desgracia y que trata de minimizarla.
Y pienso ¿acaso está el hombre destinado a poner los peros
que lo borran de la existencia y le impiden disfrutar las pequeñas cosas que la
vida te ofrece? ¿Acaso la mujer es débil y vulnerable en las relaciones
amorosas y está predestinada a soportar sobre su espalda todo lo que concierne a
los sentimientos? ¿Acaso son tan distintos el hombre y la mujer?
Por más que hablemos de señores y señoras en los discursos,
cuanto más interés pongan algunos en implantar ideas relativas a los caracteres
que definen a un hombre y a una mujer, hasta el punto de tener que identificarlos
necesariamente por separado, por más vulgares intentos de definir lo
indefinible, a nadie puede pasar por alto que en los pasados mundiales de natación las mujeres arrasaron y los
hombres no.
Como dijo Platón: “Donde reina el amor, sobran las leyes”.
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