Messi debería jugar con lastres
de 5 kg. en cada tobillo. Y Ronaldo también. Preferencias aparte, es seguro que
estos dos jugadores marcan la diferencia en el panorama futbolístico mundial y
si, en relación al fútbol, pensáramos lo mismo que pensamos en relación a la
mayoría de asuntos públicos, esta afirmación debería ser refrendada por todos.
Es un hecho que al igual que hay
jugadores de fútbol buenos y malos, también hay empresas buenas y malas, y
también políticos buenos y malos como hay funcionarios, docentes, padres, etc.
buenos y malos. Entonces la cuestión a plantear es por qué nos resulta tan
fácil fomentar la competencia, premiar el talento y reconocer la
profesionalidad en temas tan simples como el deporte y no lo hacemos de la
misma forma cuando hablamos de nuestros bolsillos.
¿Qué hacen los políticos con el
dinero que nos quitan a través de los impuestos? Tan importante es esta
cuestión como responder al cómo lo hacen. Porque no es lo mismo un buen
político, que seguro que hará muchas cosas con poco dinero y que además
redundará en mayores cotas de bienestar para toda la ciudadanía, que un
político malo, que se dedique a gastar sin discriminación, sin establecer
prioridades y amparado en buenismos
solidarios se dedique a sangrar el bolsillo del contribuyente.
Los impuestos que nos cobran para
ofrecer determinados servicios pueden y deben constituir una buena referencia
para conocer la capacidad y talento del político para gestionar lo que es de
todos y he aquí el generalizado engaño al que nos tienen sometidos.
Por un lado, parece mentira que
queramos asfixiar con impuestos, quitando más de la mitad de lo que ganan, a
aquellos que mayor capacidad tienen para generar valor añadido. Al igual que no
debemos lastrar los tobillos de Messi o Ronaldo, no deberíamos lastrar a
aquellas empresas, autónomos y personas físicas que saben hacer las cosas mejor
que el resto y, por consiguiente, ganan más que el resto. Los profesionales
excelentes deben ser promocionados en nuestra sociedad y, en este sentido, dado
que han demostrado sobrada capacidad de generación de recursos, se les debe
garantizar el escenario más adecuado posible para que puedan maximizar sus
talentos (y sus bolsillos). Si lo que hacemos es asfixiar al buen profesional y
al buen empresario, este no se sentirá motivado para generar más valor,
llegando, bien a quedarse quieto o conformarse con menos de lo que sería capaz
de lograr, o bien, a establecer, dentro (o fuera) de la legalidad, una
planificación fiscal que minimice el pago de impuestos con el correspondiente
perjuicio para las arcas públicas.
Por otro lado, y retornando a la
capacidad del político: transparencia, gobierno abierto, consultas populares,
etc. Todo eso está muy bien, no lo voy a negar, pero seguimos sin ponerle el
cascabel al gato. Situémonos en el extremo, imaginen que todo lo que se haga desde la administración viene
derivado de una consulta popular ¿para qué queremos entonces a los políticos?
Sigue pues sin resolver la principal asimetría que distingue la labor
profesional privada de la de un político: seguimos sin saber quién es bueno y
quién es malo. La solución está en los impuestos.
A lo largo de los años han
tratado de incorporar en nuestro ADN social la idea de que, como todos somos
iguales, todos tenemos que tener lo mismo y, también, pagar lo mismo. Y existe
una diferencia enorme entre que seamos iguales y que existan las mismas
oportunidades en Murcia que en Galicia o en España y en Alemania. Es
precisamente gracias a que todos somos iguales y debemos contar con las mismas
oportunidades que tenemos la obligación de exigirnos a nosotros mismos tener
los mejores gestores públicos. Estos serán los mejores si son capaces de
proveer a los ciudadanos de los servicios y bienes públicos que necesitamos
para consolidar nuestro bienestar y permitir el progreso individual al menor
coste posible. La competencia es buena, y también ha de existir entre
territorios.
Un error de base que estamos
cometiendo es hacer caso e incluso promocionar la idea de establecimiento de
unos mínimos impositivos a aplicar en cada comunidad autónoma, de ahí que
cuando preguntas sobre los regímenes forales de País Vasco y Navarra, a
cualquier político que no sea de allí te responda: “hay que suprimirlos”. Creo
que sería mucho mejor impulsar ese tipo de gestión no sólo para esas
comunidades autónomas sino también para el resto. Si cada una es capaz de
gestionar lo que en ella se recauda, podremos diferenciar fácilmente el que
mejor gasta, el que mejor recauda y además, a buen seguro, que los mejores nos
bajarán los impuestos. Esta bajada de impuestos del buen gestor tendrá un
efecto contagio sobre el resto y todos bajarán los impuestos. Y eso es bueno. Es
por este simple hecho que no hay justificación alguna en que una mente
planificadora, por muy inteligente que sea, nos obligue a establecer unos
mínimos impositivos en cada territorio.
Soy un firme defensor de aquellas
sociedades que buscan minimizar la, hoy en día, omnipresencia de la administración
pública en la vida y desarrollo de sus ciudadanos. Por este motivo, se puede
afirmar que garantizar plena libertad para el establecimiento de impuestos
favorecerá a todos en general, permitirá distinguir fácilmente al buen político
del malo y permitirá que todos y cada uno contemos con mayores y mejores
señales y referencias para elegir quienes deben ser los políticos que nos
representan.
Los mejores políticos no son los
que dicen a todo que sí, ni tan siquiera son mejores aquellos que todo lo
ofrecen (porque como contrapartida todo te lo quitan a cambio) sino que será
mejor el que menos moleste. De ahí, que el primer paso para contar con buenos
políticos y con buenas políticas, es garantizar un escenario de libertad tal
que se puedan establecer libremente los impuestos que van a recaudar para
garantizar el estado del bienestar. Es por esto que debemos exigir que nos
bajen los impuestos. Ya lo dijo Ronald Reagan: “Tal vez no sea fácil, pero es, así de simple.”
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