LA INTUICIÓN MÍSTICA ( La Opinión de Murcia, XXIII/OCTUBRE/2014)
¿Y no les parece que resulta cuanto menos, sorprendente, que
dos de las palabras que más acepciones tienen en el nuevo diccionario de la RAE
sean “mano” y “coger”? Así nos va.
A la vista de esto, bien podríamos albergar cierta dosis de
esperanza en cuanto a la más que necesaria conciliación de la producción
intelectual (y política) española con las verdaderas necesidades de la mayoría
de ciudadanos normales y corrientes. Si bien se ha de reconocer que aún queda
mucho camino por recorrer cuando, por ejemplo, la enmienda realizada a la
palabra “democracia” no incluye algo así como “mecanismo transitorio de
participación ciudadana en el gobierno utilizado para alcanzar el poder y
abandonado por el que llega a ostentarlo, salvo para protegerse de sus propias
fechorías ante el resto de ciudadanos”. Y si no, que le pregunten a Hitler,
Lenin, o al venezolano.
Acertaba Ludwig Von Mises en su Tratado de Economía, cuando alertó acerca de la estrategia seguida
y perseguida, desde Hegel a Marx, de suplantar al raciocinio por una suerte de
intuición mística que tendría como objetivo final alcanzar el milenio
socialista, lo que se puede llamar, engañarnos burdamente para el “haz lo que
yo diga pero no lo que yo haga”. Lo que más nos ha de sorprender al respecto es
que hoy en día, todos los partidos y principalmente los que cuentan con
vocación y posibilidades de gobierno, basen su estrategia en dicha suerte de
intuición.
El año que viene hay elecciones, y dado el panorama político, económico y
social en nuestro país, mejor “que Dios nos pille confesaos”. La maquinaria de
los partidos se pone en marcha justo en el peor momento en que se puede poner,
atendiendo a los condicionantes económicos dados.
El Banco Central Europeo está regalando el dinero, y la
economía mundial está entrando en recesión y no hay peor escenario posible, a
la vista de que España ofrece datos económicos satisfactorios, teniendo en
cuenta la clase de políticos que tenemos, que ponerlos a concurrir a unas elecciones.
Se anuncian presupuestos expansivos, y debemos plantearnos
varias cuestiones al respecto. Por un lado, debemos cuestionarnos si es este un
buen momento para poner en marcha una política fiscal de esta guisa, por otro
lado, como poner en marcha dicha política fiscal y finalmente, si todo esto no
resultará ser una nueva historia de esas que suelen inventarse para tenernos a
todos entretenidos e incluso ilusionados, como al niño al que le prometes el
regalito si termina sus deberes en tiempo prudencial, cuando lo más probable
sea que eso de “expansivo” sea un recurso utilizado dentro de la estrategia
misticista que ni ellos saben lo que es.
La política fiscal expansiva anunciada irá, en todo caso,
enfocada por la vía de un mayor gasto gubernamental. Y claro, teniendo en
cuenta el escenario monetario, con lo barato que está el dinero, solamente con
el “ahorro” en pago de intereses, ya va a poder justificarse un mayor
endeudamiento destinado, como casi siempre, a malgastar el dinero que nos van
sangrando a través del pago de impuestos y del injustificado recrudecimiento de
los procesos de revisión fiscal en puertas de su prescripción. Eso, unido a la
formalización de préstamos a 50 años haciendo partícipes de nuestros actuales
errores no solo a nuestros hijos sino también a nuestros nietos. Y en esto, los
que no gobiernan en este momento y no tengan la capacidad de someternos vía
presupuestaria, pretenderán, respaldados por el ilusorio panorama
macroeconómico, hacernos ver que si ellos llegan a gobernar, un nuevo paraíso a
nuestras vidas llegará, anunciarán que ellos si saben cómo hay que gastar el
dinero de la expansión fiscal, prometiendo la consolidación de derechos cuya
característica principal es que nos hacen más pobres, más torpes, y menos
competitivos. Es decir, gastar, gastar y gastar.
Con el déficit presupuestario estructural que tenemos, en el
que sistemáticamente se gasta más de lo que se tiene y con un escenario de
recesión económica mundial, todo lo que no sea bajar impuestos e incrementar la
eficiencia administrativa del sector público para reducir el presupuesto,
ajustándolo, cuanto menos al volumen de ingresos, y cuanto más, a las estrictas
y limitadas prestaciones que ha de prestar el sector público, permitiendo así que sean las familias y empresas
las que tomen sus propias decisiones en términos de consumo e inversión con las
menores distorsiones informacionales posibles, será más que un brindis al sol,
una suerte de autoengaño, para ellos, para nosotros y para todos, que servirá,
sólo y exclusivamente para justificar, los mismos comportamientos y las mismas políticas que nos han hecho llegar
hasta tan desastroso panorama de crisis.
¿Podemos hacerlo peor?, sin duda, Podemos.
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