Si digo “boooomba” a buen seguro
les vendrá a la cabeza algún momento, de algún verano, con los niños, con
amigos, bien bebiendo una cerveza bien preparando la barbacoa y lo más normal
es que dicho momento sea por lo general, recordado como un buen momento, que
para eso es verano. Como de la misma forma, aunque para esta hay que remontarse
un poquito más atrás, recordarán esa que decía “el chiringuito, el
chiringuito”.
¿Y cual será la canción este
verano? Pues entre, “bomba”, “el chiringuito”, “Que la detengan” y “El tiburón”,
no se me ocurre otra cosa que intercambiar unas reflexiones en torno a uno de
nuestros deportes nacionales favoritos: las imputaciones.
Cada día resulta más usual, tan
usual que aburre, encontrarnos con una imagen de algún político entrando o
saliendo de un juzgado. Y aquí no hay colores, ni ideologías y da igual si
hablamos de municipios o provincias, del Estado o de cualquier comunidad. “En
to’ las casas cuecen habas” y aquí no se escapa ni uno.
A la luz de los acontecimientos y
en relación con esa ya acostumbrada apertura de informativos y portada de periódicos
debemos cuestionarnos, cuanto menos, si algo está fallando. Sin duda alguna,
como la gran mayoría pensamos, si, algo falla.
Algo falla cuando vemos que los
procedimientos judiciales se eternizan, contándose por meses e incluso años, el
tiempo que dura la instrucción de una causa. Y cuanto más rico o importante sea
el susodicho, mayor es el tiempo que dura la instrucción. Podemos pensar que
algo falla si nos paramos a pensar la cantidad de causas en las que de inicio
se observan indicios de delito y luego quedan en nada. Y en esto, tenemos que
dar la razón a todos aquellos políticos que no dimiten cuando les imputan,
porque de la misma forma que tras meses y meses dándole vueltas a las normas,
al final algo se obtiene constitutivo de posible delito, también son vueltas y
más vueltas las que les suelen dar en la defensa hasta concluir que aquí no ha
pasado nada.
Ni muchísimo menos que voy a
justificar la actuación de ningún político. Dios me libre. Y aún menos la total
ausencia de moral observada en los comportamientos individuales de determinados
gobernantes, que para más INRI, se rasgan las vestiduras con asombrosas moralinas,
si bien, somos muchos los que coincidimos al pensar que algo que no funciona
debe cambiar y que, por el contrario, hay cosas que están cambiando y no
deberían cambiar.
Tanto se puede decir de este
tema, que daría para más de una canción y para más de un verano. Por lo pronto,
es de justicia entrar a valorar la problemática, dado que todas esas causas se
pagan con los impuestos de todos, independientemente del fallo y condena a
costas. Como poco, conlleva una ralentización del funcionamiento del sistema de
justicia que, por un lado, justifica las demandas del poder judicial por cuanto
a incrementos de plantilla se refiere, y por otro dan la razón a Gallardón ante
el uso y absoluto abuso que determinadas personas o grupos de personas hacen de
la justicia.
En este caso, nos ceñiremos exclusivamente
a un detalle común que se da cada vez que un político es imputado. Sea del PP,
del PSOE, o del partido que sea, sea andaluz o valenciano o de dondequiera sea,
la defensa del político pasa por la expresión “yo hice lo que dijeron los
técnicos, es decir, los funcionarios”. Aquí si que está fallando algo.
Por un lado el primer cuestionamiento
que debemos hacer ante semejantes expresiones es determinar para que sirven los
políticos. Si resulta que un político no está para tomar decisiones, en base a
su ideología, a su modelo de convivencia y a su programa electoral y sólo están
para hacer lo que los funcionarios les dicen, bien podríamos ahorrarnos un buen
pellizco en sueldos, simplemente dejando al funcionario que haga las cosas.
Por otro lado podemos plantearnos
otorgar plena validez a semejante comentario. Y es que efectivamente un
político está para tomar decisiones, pero cabe hacer la reflexión sobre la
capacidad que tiene el político para tomar decisiones si tiene que hacer sólo y
exclusivamente lo que le dicen los funcionarios dado que, en caso contrario,
ahí está el fiscal de turno para poner en marcha una causa por mero ejercicio
ideológico plasmado en actuación. En este caso, ni ideologías, ni gaitas, ni
ayuntamientos ni diputaciones, ni Comunidades Autónomas ni Presidentes, bastará
con concentrar todos los esfuerzos en elaborar cuantas más normas sean
posibles, para que regulen cuanto sea posible, es decir, todo, para que se
actúe según la ley y solo bajo la ley, es decir, con que haya uno que piense
por nosotros, lo que es bueno o no, lo que nos conviene o no, podríamos
eliminar de una tacada, partidos políticos, sindicatos, instituciones de rango
inferior al que elabora la norma y otros tantos. Es decir, comunismo o
socialismo práctico, como prefieran llamarlo.
En conclusión, si dejamos que
elaboren las normas quienes no tienen idea, cosa que pasa actualmente, y damos
cabida a cualquier estrategia procesal y recoveco normativo para que las puertas
de los juzgados parezcan un plató de televisión de una cadena de esas del
corazón y no seamos capaces de reducir las normas y otorgar el sentido común
necesario a nuestro día a día, para que cada cual desarrolle su trabajo como
mejor sepa, siempre con honradez, sin poner el cazo, defendiendo sus propias
ideas y actuando bajo comportamientos éticamente correctos, en vez de estar
pensando en que haga lo que haga puede verse esposado entrando a los juzgados, seguiremos
viendo cada día, de cada mes, de este verano y del siguiente y del otro
también, sorprendentes y magnificentes detenciones, excusas, justificaciones y
mentiras o como poco imputaciones que nos costarán un ojo de la cara en impuestos.
Con esta irracional utilización
de sistema judicial, tanto de un lado como de otro, no podremos ser capaces de
reducir el número de aforados, ni de quitarnos de encima a politicuchos de tres
al cuarto y aquí coincido con Montesquieu: “Más Estados han perecido por la
depravación de las costumbres que por la violación de las leyes”. Urge
solución.
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